Virginia Wolf decidió suicidarse y llenó de piedras los bolsillos de su abrigo, para después lanzarse al río que estaba cerca de su casa. Su cuerpo se encontró días después, el 18 de abril de 1941. Díez años antes, escribió el poema en prosa «las olas» (The waves), del que os pongo este fragmento que, para muchos «entendidos», es una de las más maravillosas descripciones escritas de un amanecer:
«El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin.
Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido o cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro.
La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insubstancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías.»
Sin embargo, yo no puedo evitar leer a Virginia Wolf sin reparar en la tormenta interna que le acechaba constantemente.
La primera vez que leí algo de esta escritora yo tendría unos 24 años. Me impactó muchísimo, porque tenía un modo de escribir que me recordaba, de manera mucho más torpe, por supuesto, al mío. Sin saber nada de quién era ella, me resultaba familiar su forma de tratar de romantizar todo aquello que te duele, que te persigue y te llena de oscuridad el alma, sin que sepas por qué sucede.
Y así fue como me interesé por la vida y obra de esta mujer. Así fue como descubrí que mi instinto no me fallaba, que era una mujer atormentada a causa de un trastorno bipolar, en el que la depresión es un azote que no cesa y que te obliga a luchar por tu vida hasta el agotamiento.
Así fue como entendí que donde muchos solo ven la más maravillosa descripción de un amanecer jamás escrita, yo veo también la tristeza y la amargura de alguien que busca la felicidad y no encuentra el camino. Alguien que pide ayuda, a su manera y seguramente sin saberlo.
Encontré también a una mujer inconformista, que se preguntaba cosas que quizá no debería preguntarse una mujer de su siglo, pero que sin duda las pregunta porque necesita respuestas, y una mujer que no tenía miedo de experimentar, para llenar ese vacío oscuro que no se llena.
No era feliz con su marido, pero se llevaban bien y se entendían. Probó a tener una amante de su mismo sexo, aunque nunca se había sentido atraída por una mujer, pero sí por aquella mujer, por Vita.
No era feliz con Vita, pero disfrutaba.
Y no era feliz con nada ni con nadie, porque tenía una enfermedad que te incapacita para ser feliz. Pero esto no lo entendí hasta quizás diez años después de leer por primera vez un escrito suyo.
Durante todos estos años he visto cómo se ha utilizado a esta mujer a conveniencia. Principalmente ha sido utilizada por feministas y por lesbianas, aunque también he leído alguna chorrada de varios escritores frustrados de medio pelo.
Y me pregunto qué pensaría Virginia. Me pregunto si la señora Wolf, al ver que, casi 100 años después, hay personas que en lugar de entender el tormento y la lucha que ella vivía y que le hacía cuestionarse todo y escribir lo que escribía en ese intento de encontrar respuestas, caminos y luces que no encuentras, en lugar de entender el sufrimiento de una persona enferma, esas personas se dedican a utilizarla para dar visibilidad, relevancia o peso a unas reivindicaciones que a Virginia Wolf le importaban tres cominos. Me pregunto si no estaría tentada de llenar otra vez de piedras sus bolsillos, ante la indecencia de la gente.
Me pregunto si no sentiría que han violado sus escritos, sus diarios, sus ideas, sus gritos callados a la vida y a la muerte.
Quizá me pregunto esas cosas porque así me sentiría yo.
Sería muy triste ver que no sólo nadie entendió nada y que a nadie le importó realmente lo que me pasó, sino que además me utilizaran como un objeto inanimado que da valor a las cosas. A cosas que además nunca me importaron, porque yo lo único que quería era ser feliz y entender por qué todo duele tantísimo, pero parece que solo me pasa a mí.
Doy gracias porque yo no escribo como Virginia Wolf y nunca nadie se sentirá tentado de violar mis escritos para satisfacer sus deseos, en contra de los míos.
Doy gracias porque yo sí encontré la luz y el camino, porque yo sí fui capaz de entender y así es como empecé a dejar de sufrir. A curar mi dolor.
Doy gracias porque aunque estuve tentada muchas veces de llenar mis bolsillos de piedras y lanzarme al río, alguien me sacó del agua a tiempo y no me ahogué. Ya he vaciado los bolsillos de piedras.
Doy gracias a que me gusta leer y escribir, porque a través de la lectura he conocido personas increíbles, como a Virginia Wolf, y gracias a la escritura lo he podido compartir con quien quiera leerme.