Yo tenía 16 años. Él 17. Me acompañó al portal. Era de noche. Me recordó que tenía novia, pero tímidamente, como quien recuerda algo que querría haber olvidado.
Me daba igual si tenía novia o no en aquél instante. Yo no la conocía y siempre he pensado que esas cosas son como si me dice que tiene un extraterrestre en casa, mientras yo no lo vea… el problema es suyo y de lo que tenga en su casa.
Le besé. Largo, dulce e intenso, pero con la inocencia de los 16 años. Mirándole a los ojos y haciendo referencia a lo que acababa de pasar, le dije:
– Una y no más, Santo Tomás. – Sonreí.
– Vale. – Contestó él y me volvió a besar para mi sorpresa.
Fue entonces cuando entendí que lo importante no es decir que es la última vez. Lo importante es ponerse de acuerdo en cuál va a ser la última vez, pero eso es mucho más difícil y doloroso.
No. No nos volvimos a besar. Nunca. Jamás. Hay amores que sólo dan para dos besos.