No queríamos casa con jardín, ni cenar a las 10. No queríamos lo que querían los demás y aunque no queríamos querernos, nos tuvimos que querer… y ya no pudimos dejar de hacerlo.
A nuestra manera, a nuestro aire, con nuestras normas donde no había reglas. Donde solo éramos tú y yo y, muchas veces, nosotros.
Me sabías, me entendías, nos hablábamos a los ojos y con los ojos. No había nada que nos tuviéramos que esconder. Y siempre estabas ahí. Siempre estábamos. Incluso cuando mi piel te echaba de menos, mi corazón nunca te echó en falta.
Pensábamos que teníamos tiempo. Tu casa y mi casa dejarían de existir y seríamos tú y yo, casi siempre nosotros, con la música de Prince de fondo y los cócteles del Hard Rock los jueves por la noche. Mucho ron por entonces… y ahora me cae mal. Es curioso.
Y entonces lo sentí. Sentí una punzada aquella mañana y te llamé. Pero ya te habías marchado. Llegué tarde para descubrir que no teníamos más tiempo, que el tuyo se había agotado. Que ya no habría más tú ni más nosotros nunca, que sólo habría yo.
Casi 10 años ignorando la amenaza que tenía firma en la cicatriz de tu pecho. ¡Cómo iba a pensar que tu corazón no aguantaría, si era capaz de aguantarme y sostenerme a mí!
Es un secreto mal guardado que aún a veces mi piel te echa de menos… y mi corazón siempre. Mucho amor por entonces… y ahora me cae mal. Es curioso.
Mi pelirrojo, mi Isma, mi compañero, no eras alto, pero sabes que nunca nadie logró estar a tu altura. No es fácil resignarse a caminar por la vida cuando te han enseñado a volar.
Hay amores que arrebatan y otros que son arrebatados. Tú me diste los dos y siempre te querré por ello.