Cuando mi papá tenía ya tres hijos con mi mamá, siendo los dos muy jóvenes, le ofrecieron la posibilidad de ascender en la empresa, pero debía estar destinado primero dos años en Barcelona. Eso fue hace casi sesenta años: no había Internet, el teléfono costaba un dineral y no había viajes exprés como ahora, con trenes AVE o vuelos de fin de semana.
A sabiendas de que eso supondría un gran esfuerzo, los dos decidieron que era lo mejor para su familia. Así que mi padre fue a Barcelona, dejando en Madrid a su joven mujer con tres niños pequeños.
Mi padre se alojaba en una pensión y, como solo trabajaba por las mañanas, teniendo mucho tiempo lejos de su familia y sin nada más que hacer, buscó un trabajo de camarero para las tardes-noches, en un famoso local de Barcelona. Su única preocupación era que a su familia no le faltara nada. Él vivía con las dietas que le pagaba la empresa y enviaba a mi madre los dos sueldos íntegros cada mes.
Entonces la comunicación era diferente y, como he mencionado, el teléfono para hacer llamadas interprovinciales era un lujo. De manera que la forma más habitual de mantener el contacto era por carta. Mi padre le escribía una carta a diario a mi madre. A diario.
Como él, había otros compañeros en la empresa en su misma situación. Con la familia lejos, sin amigos… solos. Así que rápido hicieron piña los trabajadores que eran de fuera de Barcelona, para ayudarse los unos a los otros y compartir los ratos de ocio. En definitiva, para no estar tan solos. Comían juntos y quedaban todos los fines de semana para salir.
Un día, decidieron ir a un club que mi padre no conocía. Al entrar, muchas señoritas vinieron a hablar con ellos y poco a poco los compañeros de mi padre se fueron retirando, acompañados, a los «reservados».
Mi padre aquél día pidió un café y se quedó jugando a una maquina de pinball que había en la zona de bar, distraído con hacer diana al impulsar la pequeña bola de acero, con los dos botones laterales que activaban las palas. Haciendo caso omiso a las insinuaciones de las señoritas, así pasó el rato mientras esperaba que terminaran los compañeros.
Aquello se convirtió en costumbre y muchos sábados frecuentaban ese local. Los compañeros se burlaban de mi padre y hacían chascarrillos sobre si era gay, porque él les esperaba siempre en la zona de bar, tomando su café y echando sus partidas.
Las señoritas también le hacían comentarios dudando de su hombría, gastaban bromas sobre cuál de ellas sería capaz de hacerle cambiar de acera… pero siempre en un tono que mi padre supo aceptar de buena manera, lejos de querer humillarle, aunque no siempre fueran bromas fáciles de encajar.
Un sábado, mi padre estaba tomando su café y escribiendo una carta en la barra del bar. Una señorita le preguntó a quién escribía y él le dijo que a su mujer. Ella le confesó que realmente había pensado que era «marica», a pesar de la alianza, pero que le alegraba saber que había hombres que respetaban a sus esposas.
Charlaron un rato amigablemente y entonces le pidió a mi padre si podía escribir una carta para su madre, ya que ella no sabía escribir. Mi padre accedió encantado.
Después de un tiempo, mi padre tomaba su café invitado por la casa, mientras escribía cartas para las familias de aquellas mujeres. Ya no era sólo una salida con los compañeros para luego ir a cenar y tomar alguna copa después. Carta tras carta, se había ido forjando una relación de amistad entre algunas de las señoritas y mi padre.
Ellas querían contar en sus cartas que trabajaban limpiando en casa señoriales, de dependientas en boutiques o de camareras en buenos restaurantes. Mandaban dinero también a sus familias, siendo plenamente conscientes de que, si supieran cómo lo ganaban, no lo aceptarían. A mi padre le tenían en mucha estima porque las trataba con respeto y nunca les hacía preguntas sobre sus vidas. Ellas le contaban lo que querían decir y mi padre le daba forma a las palabras. Después les leía las cartas, para confirmar que les parecía bien lo escrito.
Los compañeros seguían burlándose y gastando bromas ya de manera habitual. Mi padre siempre se reía pero no decía nada. Un día, cuando ya salían del local, empezaron a preguntarle más en serio por qué no iba con mujeres. Estar fuera de casa dos años, que finalmente fueron tres, y ver a su mujer dos veces al año, únicamente en las vacaciones de Navidad y de verano, era mucho tiempo para no satisfacer ciertas necesidades.
Mi padre dijo que él ya tenía una mujer, que estaba casado. Uno de ellos le respondió:
– Pues como nosotros, que también estamos casados, no sé qué quieres decir con eso.
A lo que mi padre replicó:
– Sí, estáis casados, pero no como yo.
No hubo más bromas, sólo silencio en aquél momento. Y después de aquél día, ya no hubo chascarrillos ni comentarios jocosos.
Os preguntaréis como sé esto. Si me lo contó mi padre, podría habernos mentido, tanto a su mujer, como a mí y al resto de sus hijos.
Bueno, es cierto que mi padre me lo contó a cierta edad, igual que se lo contaba a mi madre en cada carta que le escribía desde Barcelona. Mi madre siempre estuvo tranquila porque sabía perfectamente cómo era el hombre con el que se había casado. Yo también tenía la certeza de que esto era tal cual como mi padre me lo contaba, porque no tenía ninguna duda de la clase de hombre que él siempre había sido. Pero por si alguien sí tuviera alguna duda, uno de aquellos compañeros de mi padre me dio la misma versión de lo sucedido en Barcelona muchos años atrás.
Cuando mi padre se jubiló, como director de sector dentro de la compañía para la que había trabajado toda su vida, tanto compañeros como personal de su equipo le hicieron un homenaje. Allí fuimos mi madre y yo de invitadas, dándole una gran sorpresa a mi padre, que no sabía nada. Entre todos le hicieron un regalo que aún preside el salón de casa de mis padres: un equipo maravilloso para que pudiera dedicar todos los ratos libres que ahora tendría, a escuchar la música clásica que tanto le gustaba.
Después del homenaje, el compañero en cuestión, divorciado de su mujer hacía varios años y que había acudido solo al evento, me contó en petit comité la anécdota de los años compartidos en Barcelona y cómo mi padre se había convertido en el escriba de las señoritas de un club.
No sé si en aquél momento él me lo contó para demostrarme lo que mi padre quería a mi madre. Quizá él no era consciente de que yo lo veía a diario en mi casa. Tal vez sólo me lo contara para demostrarme su admiración por mi padre y por el amor que se palpaba entre él y mi madre.
Mi padre siempre decía que más que amor, era una elección: él había elegido amar a mi madre toda la vida y solo entendía una manera de amar. Y cada día de su vida volvió a hacer la misma elección.
Nos quejamos mucho del amor y de las relaciones hoy día. Quizá deberíamos dejar de quejarnos y empezar a hacer elecciones verdaderamente importantes, sin importar el sacrificio que conlleven. Quizá ese sea el truco. Quizá tampoco. ¡Qué sé yo!
Yo sólo sé que mi madre perdió la mitad de su alma cuando mi padre falleció hace 16 meses, después de más de 60 años juntos, y que yo perdí el norte de la brújula que me indicaba el camino en la vida.
Yo sólo sé… las cosas que mi padre me enseñó.
Una lectura preciosa.
Saludos!
Andreu.
¡Muchas gracias! Me alegro de que te haya gustado.
Hola!! Buenas tardes. Lo que has escrito sobre su padre es una de las historias más bellas. Algo que pocos valoran. Que pocos conocen y que pocos están dispuestos a imitar.
La bondad, el respeto, el compañerismo y sobre todo el amor es algo que se ha desvalorizado con los años.
Estamos en una sociedad tan superficial… que leer historias así llena el Alma. Muy grato su relato. No quería dejar de expresar lo que me hizo sentir y pensar. Gracias por compartirlo. Saludos desde Tucuman. Argentina.
Muchísimas gracias, Erika, por dedicar tu tiempo a leerme, a escribirme y a compratir tu opinión conmigo. ¡Un abrazo grande desde Madrid, España!
Gracias por compartir con nosotros tan bella historia de amor y devoción. Muchos saludos desde Venezuela.
Gracias a ti por tomarte tu tiempo para comentar. ¡Un abrazo!
Así, exactamente así, eran mis padres. Ella vivió casi siete años más que él, sumida en una depresión.
Lindo relato, gracias por compartirlo y felicitaciones por tus vivencias.
Saludos desde Lima, Perú 🌷
Tienes un don. Sigue escribiendo así de bien 😘
¡Muchas gracias, Jose!
Me alegro de que te guste.
¡Qué historia tan bonita Rosa! Te he descubierto hace poco a través de Twitter y me gusta mucho cómo escribes.