Si hay un vídeo que hemos visto por doquier, de la última velada de la entrega de los Oscar, es el de la entrevista a Hugh Grant en la alfombra roja, por Ashley Graham.
A pesar de que pocos han entendido el sarcasmo con el que el actor enfrenta la situación, yo tengo que disentir con todas las críticas, para hacerle la ola como se merece.
A mí me parece muy significativo que, en la supuesta fiesta mayor de celebración de la cultura, se nos haga este maravilloso regalo: evidenciar que toda esa puesta en escena está cargada de superficialidad y es totalmente insustancial.
No quisiera ser la única que ha soñado siempre ante la recurrente pregunta en este tipo de alfombras de “¿qué llevas puesto?”, ver a alguien responder: “mi traje”. Gracias, Hugh, por cumplir mi sueño, hasta límites que nunca imaginé, porque no satisfecha con la respuesta, la entrevistadora insiste nuevamente: “¿Pero no te lo habrás hecho tú? ¿De quién es?”. Pobre Ashley, en ese momento ya se tenía que haber dado cuenta de que al señor Grant no le hace ninguna falta y, por lo que se intuye, tampoco le apetece, que una marca le pague por pasear su esmoquin en ningún evento. Así que ni corto ni perezoso respondió: “No me acuerdo… Mi sastre”.
Después de este tremendo corte, preguntarle por su experiencia en una película, en la que el propio actor afirma que sale tres segundos, es sencillamente magnífico.
Creo que la actitud de Hugh Grant ante la entrevistadora y sus insulsas preguntas no se ha entendido como lo que es: la mayor reivindicación de querer hablar de cosas importantes, de cuestiones inteligentes, tal vez con cierto nivel intelectual que guarden su debida relación con el mundo artístico y, más concretamente, con el del cine, que para eso debería ser un evento en el que, supuestamente, se reúnen a las mayores estrellas del sector para premiar a las mejores por su trabajo.
La noche de los Oscar cada año se aleja más de la cultura y de la profesión de los cineastas, para asemejarse más a un Instagram en vivo donde cada uno vende lo que puede: ya sea un vestido de Versace, unos zapatos de Jimmy Choo, un reloj de Rolex o un discurso ideológico.
Porque esa es otra: los discursos ideológicos. Sabe una de antemano que cada vez que una mujer gana un premio, te va a tocar tragarte un discurso feminista de la nueva ola, donde se mezclan conceptos de feminismo woke y del más puro coaching para niñas acomplejadas: “que nadie os arrebate vuestro sueño, por mucho que te digan que no vales”. Ya ni te cuento el cariz que toma el discurso si la premiada es además negra, latina o asiática: “soy un ejemplo para todas esas niñas que me están viendo ahora y que son como yo…”
Porque, reconozcámoslo, la humildad no es la característica más común entre las estrellas de Hollywood. No es suficiente que te reconozcan que has hecho un trabajo estupendo, digno de ser aplaudido más que el resto de tus competidores. Tiene que haber algo más y no les basta tampoco con sentir que son un ejemplo, lo verdaderamente importante es hacérselo saber al mundo, por si alguien no se ha dado cuenta.
Por mucha lagrimita aflorante y mucha voz temblorosa por la emoción con la que me tiñan estos monólogos de “agradecimiento” infumables, yo lo que siento es vergüenza ajena: hay pocas cosas que me parezcan tan lamentables como tener que echarse flores uno mismo, ponerse de modelo a seguir, de símbolo de inspiración para otras personas, cuando nadie más lo hace. Y si alguien más ya lo hace, sé inteligente, cierra la boca y ábrela solo para dar las gracias.
Qué razón tenía el humorista Ricky Gervais en aquellos Golden Globes que presentó, cuando pedía a los actores que, si ganaban un premio aquella noche, no utilizaran esa plataforma para dar un discurso político, ya que no estaban en posición de sermonear a nadie: “sube aquí, recoge tu premio, agradece a tu agente, a tu dios… y lárgate”.
Para algunos Hugh Grant solo hizo el ridículo, comportándose como un pulpo en un garaje, ante las preguntas de la persona que le entrevistaba. Otros, mucho más sibilinos, vemos que a veces las reivindicaciones más radicales e inteligentes son las que ni siquiera parecen una protesta.
Estoy convencida de que Hugh habría mostrado su grandilocuencia si le hubieran planteado otras cuestiones más significativas para su trabajo, al igual que estoy segura de que hace tiempo que este evento solo lo siguen los que tienen gusto por la moda, por el cotilleo, por ver cómo iba vestida esta o aquella, mientras que los verdaderos cinéfilos se conforman con leer los titulares, al día siguiente, con los premiados.
Resulta triste comprobar cómo, con la evolución histórica de la entrega de los Oscar, si quieres ver a uno de los eventos más glamurosos e intelectuales del año entrar en decadencia, solo tienes que dejar hablar a sus asistentes de quién los viste y a quién votan.
Si vamos a premiar el cine, volvamos a hablar de cine, por favor.
Fotografía:
Julien Rath, CC BY 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by/3.0, via Wikimedia Commons