Hace tiempo que no escribo palabras hermosas, pero las pienso.
Hace tiempo que arrastro mirada triste, pero me invento una sonrisa cada día.
Tengo un montón de cuadernos en blanco. Con encuadernaciones de ensueño, portadas elaboradas, páginas vírgenes esperando la tinta que las dé una nueva vida.
Me regalan cuadernos bellos, cargados de huecos que rellenar con miles de palabras, con ideas, con sueños. Me regalan cuadernos aquellos que saben que con las palabras curo mi alma. Pero se me amontonan los cuadernos en blanco sobre el escritorio. Y mi alma sigue pesada.
«Úsalos aunque sean bonitos, no te dé miedo. Anota cosas en ellos, acarícialos, dibújalos, escribe… ¡no los dejes morir en el olvido del silencio!»
Y les digo que sí con la cabeza, mostrando mi sonrisa inventada para ese día, pero los huecos siguen vacíos. Las hojas amarillean sin que el tiempo las dé ningún valor. ¿Porque qué valor tiene algo que envejece y no ha sido útil?
No es que yo quiera condenar esos lindos cuadernos y libretas a la indeferencia del silencio, del vacío, del lienzo en blanco que no dice nada. Pero se merecen algo mejor que unas palabras tristes e insulsas. Se merecen mucho más que ser contagiados con las palabras melancólicas que se resbalan entre la pluma y mis dedos.
Hace tiempo que no escribo palabras hermosas, pero las pienso. Eso me digo, aunque quizás no sea cierto. Y mientras me miento, se marchitan mis cuadernos.