Decía Paul Géraldy que el más difícil no es el primer beso, sino el último. Y tendría que estar plenamente de acuerdo con Paul, si no fuera porque lo cierto es que, en la mayoría de las ocasiones, soltamos ese beso sin saber que va a ser el último. ¿Cómo podríamos reconocer los besos de despedida?
Lo lanzamos así, como si nada, un beso más que no tendría que tener nada de especial, aunque un tiempo después volverá a nuestra memoria para hacernos entender que no habrá más besos después de ese, que aquel beso significó el punto y final de una lista de besos que no se seguirá escribiendo.
A partir de ese instante epifánico, recordaremos siempre ese beso con tristeza y melancolía y, dependiendo del motivo de la despedida, se irá tornando más dulce, más amargo o puede que más ácido, cada vez que lo recordemos. Porque los besos tienen sabor, aunque para reconocerlo es necesario activar las papilas gustativas de nuestra memoria.
De todos los besos de despedida que colecciono, solamente reconozco uno que di siendo consciente de que sería el último beso. Fue difícil, sí. Paul, te doy la razón. Fue seguramente el beso más difícil que jamás le di a mi abuelo. Un beso que se emborronó con las lágrimas que quisieron acudir también a aquel adiós.
No sé por qué me ha dado hoy por pensar en besos y en despedidas Tal vez no sea algo a lo que haya que darle muchas vueltas. Tal vez, si lo pensamos demasiado, nos puede invadir el miedo cuando vayamos a dar un nuevo beso y nos preguntemos: «¿Y si fuera este el último beso que voy a darle?».
Aunque quizá el miedo no siempre es malo.
A ti, que me lees, te mando un beso. Un beso lanzado al aire, para que te llegue pausado y con todo el cariño que siento. Tan solo es un beso, al fin y al cabo.
¡Precioso!
Ha sido un placer conocerte en Twitter y saborear la belleza de tus letras.
Un saludo.