Quiero contaros algo que me ha conmovido y que deberíamos tener en cuenta a la hora de comprar en las tiendas de barrio. Allá voy:
Esta mañana fui a la perfumería de mi barrio de toda la vida. Le pedí a la dependienta Esencia de Loewe. La muchacha es nueva y me preguntó si quería que me la envolviera para regalo. Le dije que no, que era para mí. Entonces la chiquilla, algo extrañada, me dijo que si sé que es una colonia de hombre. Yo estaba un poco cortada porque no quería entrar en explicaciones, de modo que le dije que sí lo sé.
A todo esto, la dueña de la perfumería que estaba colocando el escaparate, se acerca a nosotras y le dice a la dependienta: «déjame a mi». Coge la caja de perfume y la deja en su sitio. Se va al mostrador. La sigo. Coge una bolsa y me dice: «yo también me acuerdo mucho de él y le echo de menos. Aquí tienes. Para que lo recuerdes». Y me da la bolsa, que pesa muy poco.
Le doy las gracias, me despido y salgo a la calle con más de veinte muestras de Esencia de Loewe en la bolsa. Me dirijo a casa con mucha ternura en el corazón y el olor de mi padre en el bolsillo.
Era su colonia. Toda la vida usando la misma y comprándola en el mismo sitio. No hay tienda en el barrio en la que no me digan lo mucho que querían a mi padre y lo que se acuerdan de él. Porque mi padre era una bellísima persona, pero también porque en las tiendas de barrio hay bellas personas. Personas buenas que te regalan unos pasteles para endulzarte el mal trago o te invitan a una cazuela de estofado porque tienes que comer, que el disgusto te ha dejado flaquita.
Adoro mi barrio. Y adoro las cosas que mi padre me enseñó, aún después de fallecer.